La espada

Detuvo su andar al verlo, sobre un tocón descansaba él, espada en mano, de rítmicas caricias a la hoja colmando. Aproximóse la muchacha, silentes pasos dio con el garbo acostumbrado hasta que pocos faltaran para junto a él hallarse, fija la mirada en el filo ruborizóse ella. Desde la guarnición, el pomo ignorando, deslizaba el joven lubricado un trozo de paño hasta alcanzar la punta de la hoja y, habiendo llegado, emprendía el recorrido de vuelta en sucesiones vigorosas.

-¿Pensando en algo?- picardía en los dientes llevaba la chica.

Sobresaltado el hombre la cabeza volvió, torpemente envainó e irguióse antes de contestar.

-En cosa ninguna más que la que frente a mí ahora se planta- retribuyó mordaz el joven.

-¿Es esto lisonjeo?- beso de hielo en la propia espina advirtió ella, mas la compostura mantuvo.

-En absoluto, querida. No es más que la verdad.

-Entonces, ¿por qué has envainado al verme?

-Caballero es sólo aquel que limpia su hoja en solitario, fuera de la percepción de doncella alguna. O eso he oído.

-¡Caballero!- replicó la muchacha con marcada ironía- Caballero es sólo aquel que ofrece su hoja a una doncella para que ella le ayude; los que la esconden cobardes se llaman.

-Y, ¿qué sabe una doncella sobre espadas?

-Siempre está una dispuesta a ser enseñada por un hombre valeroso... y gentil.

-¿Soy yo de esos?

-Un caballero en mis ojos.

-Me honra- inclinóse él con una sonrisa de infante y, tras alzarse nuevamente, permitióse un momento de reflexión antes de continuar-. Conmigo aprenderás, entonces, pero te advierto: sangre se derrama de los labios incautos.

-Como es de esperarse, nada más- señaló la chica con ligereza.

Acercóse lentamente él, la espada aún cubierta le entregó. La examinó ella, preparóse para empuñarla y marcó el comienzo del primer enfrentamiento.

Tras forcejeos suavizados encontróse ella sobre la hierba tendida y él blandiendo el arma con la punta posada en el vientre de la chica. Preparóse para dar la primera estocada, mas un instante titubeó.

-Ambos sabemos qué sigue- dijo ella, en ansiedad ahogándose.

-No puedo- se detuvo el joven, mas forzado se sintió a justificar su decisión ante la perplejidad de la muchacha-. Nunca ha penetrado esta hoja un vientre, menos uno como el tuyo, que jamás ha recibido herida- suspiró, se levantó y ofreció su mano a la chica-. Vuelve a tus asuntos y yo a los míos.

-¿Ésa fue la lección? ¿Incapaz eres de terminar lo que empezaste?

-Te enseñaré, eso no se cuestiona.

-¿Cuándo será el próximo encuentro?

-Difícil saberlo, pero no dudes que lo habrá. No busques a otro para ello.

Cálida era la curva que demudó los labios de la muchacha, ávida esperaría ella. Él envainó nuevamente.